martes, 12 de junio de 2012

Welcome to Panama City


Lo que más te llama la atención de Panamá cuando aún lo estás sobrevolando es la miríada de islas que se pueden apreciar en sus costas (más tarde descubriría que tiene algo más de 300 aunque algunas son apenas un montículo de tierra en medio del agua y otras están unidas a tierra por rellenos).

Lo que más te llama la atención, una vez has aterrizado, es la amabilidad de la gente. La empleada de fronteras que te sonríe (y que no le da importancia a que no hayas rellenado la mitad del formulario), el chico que te rescata las maletas de la cinta transportadora, el hombre de seguridad que te ayuda a pasarlas por los rayos x porque sólo pesan un poco menos del máximo permitido por la línea aérea...

Si estabas en el aeropuerto de Panamá-Tocumen hace exactamente tres meses, lo que probablemente más llamaría tu atención sería la española con pinta de estar muy perdida, con más equipaje del que debería estar permitido y con cara de estar rezando a todos los dioses para encontrar rápido a quien viniera a recogerla (porque, por supuesto, apuntarse una dirección y un número de teléfono por si acaso es algo que hace otra gente, pero no yo).

No era la primera vez que aterrizaba en ese aeropuerto, ni siquiera la primera vez que lo hacía sola, pero sí era la primera vez que lo hacía sin tener ni idea de lo que me esperaría al día siguiente. Aún tengo la misma sensación de incertidumbre cada vez que me levanto por la mañana, pero esa es una historia para otro día.

Llegar a un sitio para hacer turismo y llegar a un sitio para instalarte, trabajar y en general vivir, cambia la perspectiva bastante. Porque mientras avanzas por la fabulosa autopista que es el Corredor Sur y puedes ver los nuevos rascacielos (al menos para mí, porque no estaban allí en mi última visita, allá por 1999) de la Costa del Este y la Cinta Costera en un flamante X5, y mientras te instalas en tu habitación con aire acondicionado y acceso a internet para luego sentarte en el sillón de la sala a ver la tele de pantalla plana con los canales de pago, es muy fácil olvidar que no estás en “casa”, que no vas a bajar al bar de la esquina a tomarte unas cañas y luego coger el metro al centro para ir de tapas (o al bar alemán con mil cervezas diferentes en el que acabas siempre).


Panamá desde el Cosway


Vivir la ciudad de verdad, o al menos intentarlo, llega unos días después, cuando tienes que empezar a intentar moverte por ella y hacer mil papeleos y buscar trabajo, cuando empiezas a conocer gente y a oír historias, cuando descubres que las cosas que das por hecho no son siempre tan obvias. Cuando por fin entiendes que, por muy chocante que sea la idea, ya no estás en el primer mundo.

Es difícil de asimilar, para una niña nacida y criada en el barrio de Chamberí, que a sólo unos cuantos kilómetros hay comunidades en las que no hay luz eléctrica y, en el mejor de los casos, sobreviven a base de generadores. Donde el agua potable llega en camiones y enfermedades que suenan a otro siglo como la sarna son un problema real que, en casos extremos, puede llegar a matar por las infecciones.
Aunque tampoco tengo que irme tan lejos. En el principal hospital público de la capital y seguramente el mejor del país, el Santo Tomás, las sillas de ruedas son de madera porque las de metal son demasiado caras.

En la salida de urgencias del Santo Tomás


El salario mínimo en el sector privado en la ciudad no llega a los 420 balboas (unos 325 euros, dependiendo el tipo de cambio). En el sector público y en el campo no llegan a eso. Lo sé muy bien, porque es lo que cobran muchos periodistas licenciados. Y cámaras. Y editores. 600 balboas se puede considerar un sueldo realmente bueno.
Tener un segundo trabajo es tan perfectamente normal que a veces parece que lo raro es no tenerlo. Si tienes suerte, también será de en tu profesión.
Si no, puedes encontrarte a profesores de FP (o su equivalente) trabajando de cámaras por las tardes, a cámaras trabajando de taxistas y a taxistas haciendo de chófer para quien se lo pueda permitir.

Hay muchas cosas más, por supuesto, buenas y malas. Desgranar una ciudad (un país en realidad) en un único post sería imposible y más sin que pareciera que he ido a caer en la sección terrestre de algún infierno porque las comparaciones son odiosas y porque, en el fondo, a todos nos gusta quejarnos. Pero lo cierto es que Panamá (país y capital) es mucho más que lo que no tiene. Es gente maravillosa que ha sido increíblemente amable conmigo, es playas preciosas, lugares sorprendentes y un poquito de historia en los rincones.


Una imagen muy poco justa de la playa de Veracruz


Esto es lo que voy a intentar compartir. También me quejaré, evidentemente, porque estoy muy malcriada y echo de menos demasiadas cosas. Y divagaré con la política (local y extranjera). Y habrá muchas opiniones de las cosas más absurdas incluyendo cine, libros y televisión.
Pero sobretodo estaré yo y mis aventuras en una ciudad que me muero por seguir descubriendo. Espero que os guste el viaje tanto como a mí.

2 comentarios:

  1. Vaya, pensaba que habría ya muchas entradas y resulta que lo acabas de empezar... te iré leyendo, lo prometo. Que soy mucho menos vaga para leer que para escribir.

    He flipado con lo de las sillas de ruedas.

    Besos.

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  2. La verdad es que me confieso una completa ignorante sobre Panamá, creo que tu blog va a ser muy interesante!! Me ha gustado mucho cómo hablas de la ciudad y de la realidad que estás percibiendo como "ciudadana temporal", jeje.

    También imagino que debe ser bonito conocer los lugares más importantes de la vida de tu madre, tus abuelos, etc. A lo mejor te estás enterando de cosas de tu familia que no imaginabas :D

    Besitos!!
    Laura

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