martes, 19 de junio de 2012

La Perspectiva del Soldado


Esta no era la entrada prevista para hoy, pero últimamente he tenido un par de conversaciones que me dieron mucho que pensar y, aunque no tienen nada que ver entre sí, al menos no a primera vista, al juntarlas en mi cabeza me hizo entender las cosas con una claridad cercana a la epifanía.

La primera de ellas la mantuve con un antiguo soldado norteamericano que, entre otras muchas cosas, participó en la guerra de Vietnam e incluso llegó a estar seriamente herido. Algunas de esas heridas aún le pasan una factura.
Es un hombre tremendamente culto con conocimientos sobre cultura europea y española que dejaría en mal lugar a más de un profesor.

Hablando sobre la crisis en España, acabamos derivando hacia la Guerra Civil y los primeros años de dictadura franquista. Él aseguraba, con firme convencimiento, que en esa primera etapa Franco hizo algo bueno porque, además de evitar que nos viéramos inmersos en la II Guerra Mundial, salvó el país de los comunistas y anarquistas que lo estaban destruyendo.


Algo que nunca tuvimos que vivir en España
NO voy a entrar en un debate sobre la Guerra Civil porque no se trata de eso. Pero mientras él me explicaba su razonamiento, yo intentaba hablarle de mi abuelo, que jamás quiso hablar de esa época y menos con los nietos; de la familia de mi amiga, que tuvo que exiliarse a Francia durante años; de las muchas historias que todos nos sabemos y que hemos oído mil veces.

Intenté hacerle entender que no se trató de una guerra de comunistas y anarquistas malos contra patriotas buenos. Que ningún bando fue tan santo y víctima, ni tan sádico y malvado. Cuando oyes las historias, te das cuenta de que fue una guerra de hermano contra hermano y de padre contra hijo, de hermanas violadas y madres muertas intentando defender a los suyos sin fijarse en el uniforme de quien les amenazaba. Supongo que es así en todas las guerras.

Entonces, llegó la frase demoledora: “sí, hubo muchas tragedias, pero valió la pena para salvar a España de un destino peor”.  Y mientras le explicaba que no creía que mi abuelo, falangista de convicción, hubiera pensado en absoluto que aquella guerra valió la pena, me di cuenta de algo.

No lo veía de una manera tan fría y analítica por la seguridad que da la distancia del tiempo y el espacio.  Ni porque sea un hombre insensible, porque desde luego no lo es.
Simplemente se trataba de su perspectiva de soldado. Uno entrenado para creer con fe ciega que morir en mitad de una selva en el otro extremo del mundo, o sufrir heridas que dejarían graves secuelas el resto de tu vida, o llevar a cabo actos que en otras circunstancias ni te plantarías valía la pena. Porque los comunistas son el demonio que quiere acabar con el mundo tal y como lo conocemos y desde luego que vale la pena destruirlos a cualquier precio. Incluso al precio de una Guerra Civil que aún es una herida abierta más de 75 años después.

Vietnam no era tan idílica hace unas décadas

La otra conversación, la que terminó de provocar mi epifanía, la tuve hace dos noches.
Aquí, en Panamá, parte del círculo social en el que me muevo tiene un poder adquisitivo bastante más alto al que estoy acostumbrada en casa y al haber una española en la mesa el tema de la crisis económica tardó muy poco en salir.

El primer punto fue el ya manido argumento de que la crisis es culpa del gobierno, pero también de la mala cabeza de todos los españoles, que quisimos vivir por encima de nuestras posibilidades.

Como alguien a quien le duele gastarse más de 30 euros en unos zapatos por mucha falta que le hagan, confieso que ese argumento en concreto me toca bastante la moral. Pero, por supuesto, yo era una excepción. Y mi familia, claro. Y mis amigos, en vista de lo que yo contaba. Supongo que también mis antiguas compañeras de trabajo, que sólo con el paro no podrían pagar el alquiler de sus pisos de 50 metros cuadrados y compartidos. 


Así que bueno, vale, quizá no entre fuera nadie entre mis conocidos, pero todo el mundo sabe que la culpa de la crisis es de todos esos españoles que compraron pisos como locos para enriquecerse y no tenían ingresos reales para pagarlos. Que no son todos, claro, pero sí la mayoría porque a ellos se lo había contado personalmente gente en España que les habían hablado de muchos casos así.

Por eso los recortes en sanidad y educación son tan necesarios, es consecuencia de nuestras malas decisiones (y casi, casi, un acto de penitencia y contrición para no volver a caer en tales errores). Y sí, es una tragedia que esos recortes afecten tangravemente a la vida de la gente, pero es que las economías van por ciclos y es lo que toca ahora.

Lo que me ocurría en realidad, por lo visto, es que yo no lo entendía bien porque intentaba entenderlo a un nivel demasiado grande, así que intentaron explicármelo a menor escala, pensando en una familia. Y es que cuando una familia gasta más de lo que tiene, en algún momento dejarán de prestarle dinero y tendrá que recortar gastos para pagar sus deudas.

Siguiendo la analogía, quise argumentar que si un padre, por mala gestión de sus finanzas, deja de alimentar a sus hijos, llevarlos al colegio o pagar sus medicinas cuando están enfermos, le quitan la custodia y va a la cárcel.
Supongo que seguí sin entenderlo porque optaron por cambiar de tema.

Así pasamos a las obras del metro aquí y las molestias que están causando. Cuando lo pusieron como ejemplo de obra que sólo iba a causar pérdidas y muy pocos beneficios, me quedé absolutamente muda.

Las obras del Metro deberían terminar a finales de año.
Lo divertido que fue bajar ahí abajo y ver todo el proceso es post para otro día

Quizás deba aclarar el motivo de mi asombro. El problema de la movilidad en la Ciudad de Panamá es extremadamente grave. Los atascos son absolutamente descomunales a prácticamente cualquier hora del día (recorrer 15 kilómetros en hora punta puede llevar dos horas) y el transporte público es casi inexistente e bastante ineficaz. La posibilidad de recorrer la ciudad de punta a punta en poco más de 20 minutos le dará a decenas de miles de personas una calidad de vida que ahora no pueden ni concebir.
Pero a ellos les parecía una apuesta muy arriesgada porque no generaría ganancias y nada garantiza que los panameños de verdad lo vayan a utilizar.

Fue entonces cuando me paré a observar la mesa, a observarla de verdad. Estaba sentada con dos arquitectos, un médico y un consultor que aunque se quejan del precio de la gasolina no dudan en gastarse 400 dólares al mes para llenar el tanque de sus fabulosos todo terreno (recordemos que en Panamá el sueldo mínimo, lo que ganan muchos, es de unos 420), que pueden gastarse 300 dólares en regalos de cumpleaños o 600 en ropa sin sudar.

Y ahí fue cuando lo vi claro. No son avaros, ni desprecian a los que ganan menos, ni hacen dinero desplumando a los demás, ni son indiferentes ante las desgracias ajenas. Es su perspectiva. La perspectiva del soldado. O, en este caso, la de gente que jamás ha tenido que preocuparse por el dinero.

En ese momento tuve mi epifanía. Porque esa es la clase de gente que nos gobierna. No creo que Rajoy tuviera que ver nunca a su madre haciendo malabarismos con las pesetas para llegar a fin de mes. Estoy casi segura de que Angela Merkel jamás se las ingenió para compaginar dos trabajos con sus estudios porque el que le daba la experiencia para el curriculum no le daba para vivir.
Me cuesta imaginar a la actual directora gerente del FMIChristine Lagarde, sirviendo copas o mesas o cuidando niños o dando clases particulares para pagarse sus gastos durante la carrera y así dejar de ser un lastre para sus padres. Y me atrevo a apostar, sin miedo a perder, que Rodrigo Rato (ni ningún otro directivo bancario de nuestro país) pasó años trabajando en un call center aguantando clientes histéricos 40 horas a la semana (fines de semanas alternos incluidos) por poco más de 700 euros al mes.

¿Cómo van a entenderlo? ¿Cómo van a saber lo que es pasar por delante de un escaparate, ver el libro que llevas meses esperando (o el disco o la película o esa camisa tan mona) y tener que alejarte pensando “quizás el mes que viene”, sabiendo que el mes que viene tampoco podrá ser? ¿Cómo van a comprender lo que es tener que decidir entre un buen abrigo para el invierno porque el que tienes no da para más o pagar el segundo plazo del seguro del coche que necesitas para trabajar? No se les puede hacer entender lo que es esperar durante horas mientras tu hijo agoniza de dolor por una infección de oído porque sólo hay un médico en urgencias.

¿Y por qué deberían saberlo? Nunca han tenido que renunciar a un pequeño capricho. Jamás se han visto en la necesidad de escoger entre dos necesidades básicas. Y si su hijo está enfermo, lo llevarán al hospital privado donde lo atienden inmediatamente que para algo pagan la póliza.

No vivimos en el mismo mundo, casi literalmente. Intentar explicarles como vive la mayoría es como intentar explicarle los colores a un ciego. Esperemos que una buena oratoria sea suficiente.

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