miércoles, 13 de junio de 2012

Perdiendo los papeles... digo, arreglando los papeles


No me gustan las sorpresas. Por eso procuro tener las cosas lo más organizadas posible, para evitar sustos e improvisaciones (aunque como Murphy era un gran sabio, ya se sabe que lo que puede salir mal...). Algunos dirían que me vuelvo un poco maniática del control cuando estoy nerviosa, pero los que opinan eso son gente mala y envidiosa a los que es mejor ignorar.

Así que cuando surgió la oportunidad de venirme de excursión a este lado del Charco, lo primero que hice fue averiguar qué necesitaba para poder residir y trabajar legalmente en Panamá. La opción obvia, por supuesto, era la nacionalización. Después de todo, tenía derecho a ella por mi madre, tampoco podía ser tan complicado.

A veces hasta yo me sorprendo de mi ingenuidad. 

Los preparativos en Madrid


Paso nº 1. Llamar a la Embajada de Panamá en Madrid para informarse de los trámites necesarios.
Según la amable señorita que nos atendió por teléfono, todo lo que hacía falta era mi partida de nacimiento con la Apostilla de la Haya, la documentación panameña de mi madre y una carta en la que ella juraba que yo era su hija natural y no adoptiva (porque el hecho de que seamos clones, por lo visto, no es prueba suficiente ante la ley).
Con eso y un par de firmas, estaría todo arreglado.

Paso nº 2. Descubrir qué diablos es la Apostilla de la Haya.
Podría dar una explicación mucho más técnica e incomprensible, de esas que les gustan a los abogados, pero soy partidaria de simplificar las cosas: es simplemente un sello para autentificar un documento que necesitas usar fuera del país.
Rellenas un papel, entregas el documento a sellar en el Tribunal Superior de Justicia más cercano y dos días después lo tienes.

Paso nº 3. Ir a la Embajada de Panamá en Madrid, entregar la documentación, echar el par de firmitas y marcharse a desayunar al VIPS con la satisfacción del trabajo bien hecho y la tranquilidad de tener los papeles arreglados.
Error. Aún no tengo muy claro quién no entendió a quien y quien se explicó de pena un poco mal, pero la cuestión es que ese proceso tan sencillo es sólo si la criaturita a nacionalizar es menor de edad. Mucho me temo que hace tiempo que ese no es mi caso.
Pero no pasaba nada. En vez de terminar el proceso en Madrid, era tan simple como empadronarme en Panamá y llevar toda esa documentación (debidamente autentificada por la cónsul correspondiente) al Registro Civil. Fácil.

Y así, con todo mi papeleo a buen recaudo y las direcciones de los sitios a los que debía ir bien apuntadas, cogí mi avión y me planté aquí con toda tranquilidad. Después de todo, ¿cuánto tiempo podía llevarme terminar el proceso? ¿Un par de días? ¿Una semana? ¿Mil años? 

Los trámites en Panamá


Para empadronarte en Panamá tienes que ir a las oficinas de la corregiduría. Por lo que he podido deducir, estas corregidurías son algo parecido a un gobierno de barrio o de distrito, pero aún no tengo nada claro cómo se organizan, cuáles son sus funciones o de quién dependen. Sólo sé que lo mismo sirven para certificar tu residencia como para resolver disputas vecinales. Y que las oficinas de la Bella Vista (que es la que me corresponde) parecen no haber sido remodeladas de los 60.

En la versión resumida diremos que en la oficina en cuestión me informan de que para certificar mi residencia y empadronarme necesito escribir una carta solicitando el procedimiento, especificando para qué lo quiero y mi lugar de residencia; una carta jurada de la persona con la que voy a vivir que confirme mi lugar de residencia; un recibo de luz o agua (no vale ningún otro) a nombre de esta persona en esa residencia y dos testigos.
En un sorprendente alarde de amabilidad, la señora corregidora me dice que como soy española con ascendencia panameña y voy a vivir con un familiar, no me hacen falta los testigos. Por suerte, no preguntaron grado de consanguineidad, porque no sé hasta qué punto una prima de tu madre entra en categoría de pariente para estas cosas. 
No quiero ni imaginarme cómo diablos consiguen empadronarse las personas de otras nacionalidades que no van a ocupar la casa de su tía.

En la versión ampliada la información de los requisitos no se daría de forma tan detallada a la primera (ni a la segunda), el proceso requeriría varios paseos hasta allí, cambiarían de opinión un par de veces sobre la necesidad de llevar testigos o no y a mi tía estaría a punto de estallarle una vena en el cuello. 

El Registro Civil


Cuando por fin conseguí el papel que decía que tenía residencia en la ciudad de Panamá, me planté con toda mi buena voluntad (y una partida de nacimiento con la Apostilla, tres copias de la carta de mi madre, copias de su documentación, copias de mi documentación y mucha fe) en el Tribunal Electoral que es donde están las oficinas del Registro Civil. Hace unas semanas cambiaron las oficinas de trámites para extranjeros, así que ya no sé si se puede resolver ahí, pero, por suerte, eso ya no es algo que deba preocuparme.

El edificio del Tribunal Electoral y la oficinas del Registro Civil (un tanto retocado en la foto, la verdad)

Primer problema. Todos los papeles que llevo son estupendos, pero hay que autentificar la firma de la cónsul que certificaba que mi madre era mi madre y que yo era su hija legalmente, con carta jurada y todo (de la que por cierto, no hice ninguna broma en público).
Una visita a la oficina de Relaciones Internacionales, dos balboas y 24 horas después, ese pequeño detalle estaba resuelto.

Segundo problema. La documentación panameña de mi madre está muy bien, pero dado que también es ciudadana española, además se necesita copia de su pasaporte y DNI.
Un par de mails y una visita a una papelería con servicio de escaneado después, eso también se soluciona rápido.

Tercer problema. Falta la documentación de mi padre. Y aquí es donde la vena de la yugular está a punto de explotarme a mí, porque en ningún momento se me dijo que pudiera llegar a necesitarla, porque mi padre no tiene correo electrónico para mandarme nada y porque, por no tener, no creo que ni tenga pasaporte, porque hasta donde yo sé lo más lejos que ha estado de España desde su primera luna de miel ha sido París y a regañadientes y de verdad, de verdad que no me gusta llorar en público pero haré una excepción si con eso consigo que no me hagan volver una cuarta vez.
Deduzco que debí resultar bastante convincente (o patética) porque la señora que me atendía aceptó comenzar por fin los trámites no sin antes advertirme que en mi registro mi padre aparecería sin nacionalidad. Tuve que morderme tanto la lengua para no decir hasta qué punto me la traía al fresco que creo que me hice sangre.

Y no detallo el momento en que me quisieron mandar a hacer una traducción autorizada de la Apostilla porque la señorita sólo veía la negrita en inglés y no la cursiva en español, porque quiero creer que es algo que le podría pasar a cualquiera.

Así que después de dos semanas de reunir papeles y perder paciencia, por fin tenía un número de expediente y un plazo. En tres semanas sería ciudadana panameña. Vivas y bravos.
Con la Semana Santa de por medio, digamos que esas tres semanas se convirtieron en casi un mes, pero aún así, llegó el día en que recibí la llamada mágica y volví a las oficinas del Registro Civil.
Hubo un pequeño momento de pánico mientras revisábamos, una vez más, todos los papeles al volver a mencionar a mi padre, pero mi argumentación (o quizás mi cara de “voy a coger un hacha en el momento menos pensado”) acabó con cualquier pega y un rato después ya tenía un papel con mi número de cédula (el equivalente al DNI español) que certificaba que ya estaba inscrita en el Registro como panameña nacida fuera de Panamá.

Me sentí taaan identificada con este hombre

Parece que ya se ha acabado la historia, ¿verdad? Pues no.
Al día siguiente tenía que volver para que me hicieran la foto, me tomaran las huellas y que mi tía (por suerte seguían sin preguntar grado de consanguineidad) pudiera firmar un papel diciendo que se hacía responsable de mí. Aún me pregunto si eso significa que la detendrían a ella si a mí me diera por cometer algún delito, pero nadie me sabe/quiere responder.

¿Lo mejor? Que aún tuve suerte. Realmente el tener derecho a la nacionalidad y traer todo el papeleo posible desde casa (al menos el que sabía que iba a necesitar) aceleró mucho las cosas y pude estar legalmente documentada menos de dos meses después de pisar tierra.
Pero fue como intentar superar una de las Doce Pruebas de Astérix. 



Quién sabe, a lo mejor si tengo que volver a pasar por algo así, finalmente opto por no contenerme y busco el hacha más cercana.

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