No me gustan las
sorpresas. Por eso procuro tener las cosas lo más organizadas posible, para
evitar sustos e improvisaciones (aunque como Murphy era un gran sabio, ya se
sabe que lo que puede salir mal...). Algunos dirían que me vuelvo un poco
maniática del control cuando estoy nerviosa, pero los que opinan eso son gente
mala y envidiosa a los que es mejor ignorar.
Así que cuando surgió
la oportunidad de venirme de excursión a este lado del Charco, lo primero que
hice fue averiguar qué necesitaba para poder residir y trabajar legalmente en
Panamá. La opción obvia, por supuesto, era la nacionalización. Después de todo,
tenía derecho a ella por mi madre, tampoco podía ser tan complicado.
A veces hasta yo me
sorprendo de mi ingenuidad.
Los preparativos en Madrid
Paso nº 1. Llamar a la
Embajada de Panamá en Madrid para informarse de los trámites necesarios.
Según la amable
señorita que nos atendió por teléfono, todo lo que hacía falta era mi partida
de nacimiento con la Apostilla de la Haya, la documentación panameña de mi
madre y una carta en la que ella juraba que yo era su hija natural y no
adoptiva (porque el hecho de que seamos clones, por lo visto, no es prueba
suficiente ante la ley).
Con eso y un par de
firmas, estaría todo arreglado.
Paso nº 2. Descubrir
qué diablos es la Apostilla de la Haya.
Podría dar una
explicación mucho más técnica e incomprensible, de esas que les gustan a los
abogados, pero soy partidaria de simplificar las cosas: es simplemente un sello
para autentificar un documento que necesitas usar fuera del país.
Rellenas un papel, entregas
el documento a sellar en el Tribunal Superior de Justicia más cercano y dos
días después lo tienes.
Paso nº 3. Ir a la
Embajada de Panamá en Madrid, entregar la documentación, echar el par de
firmitas y marcharse a desayunar al VIPS con la satisfacción del trabajo bien
hecho y la tranquilidad de tener los papeles arreglados.
Error. Aún no tengo muy
claro quién no entendió a quien y quien se explicó de pena un poco mal, pero la
cuestión es que ese proceso tan sencillo es sólo si la criaturita a
nacionalizar es menor de edad. Mucho me temo que hace tiempo que ese no es mi
caso.
Pero no pasaba nada. En
vez de terminar el proceso en Madrid, era tan simple como empadronarme en
Panamá y llevar toda esa documentación (debidamente autentificada por la cónsul
correspondiente) al Registro Civil. Fácil.
Y así, con todo mi
papeleo a buen recaudo y las direcciones de los sitios a los que debía ir bien
apuntadas, cogí mi avión y me planté aquí con toda tranquilidad. Después de
todo, ¿cuánto tiempo podía llevarme terminar el proceso? ¿Un par de días? ¿Una
semana? ¿Mil años?
Los trámites en Panamá
Para empadronarte en
Panamá tienes que ir a las oficinas de la corregiduría. Por lo que he podido
deducir, estas corregidurías son algo parecido a un gobierno de barrio o de
distrito, pero aún no tengo nada claro cómo se organizan, cuáles son sus
funciones o de quién dependen. Sólo sé que lo mismo sirven para certificar tu
residencia como para resolver disputas vecinales. Y que las oficinas de la
Bella Vista (que es la que me corresponde) parecen no haber sido remodeladas de
los 60.
En la versión resumida
diremos que en la oficina en cuestión me informan de que para certificar mi
residencia y empadronarme necesito escribir una carta solicitando el
procedimiento, especificando para qué lo quiero y mi lugar de residencia; una
carta jurada de la persona con la que voy a vivir que confirme mi lugar de
residencia; un recibo de luz o agua (no vale ningún otro) a nombre de esta
persona en esa residencia y dos testigos.
En un sorprendente
alarde de amabilidad, la señora corregidora me dice que como soy española con
ascendencia panameña y voy a vivir con un familiar, no me hacen falta los
testigos. Por suerte, no preguntaron grado de consanguineidad, porque no sé
hasta qué punto una prima de tu madre entra en categoría de pariente para estas
cosas.
No quiero ni imaginarme cómo diablos consiguen empadronarse las
personas de otras nacionalidades que no van a ocupar la casa de su tía.
En la versión ampliada
la información de los requisitos no se daría de forma tan detallada a la
primera (ni a la segunda), el proceso requeriría varios paseos hasta allí,
cambiarían de opinión un par de veces sobre la necesidad de llevar testigos o
no y a mi tía estaría a punto de estallarle una vena en el cuello.
El Registro Civil
Cuando por fin conseguí
el papel que decía que tenía residencia en la ciudad de Panamá, me planté con
toda mi buena voluntad (y una partida de nacimiento con la Apostilla, tres
copias de la carta de mi madre, copias de su documentación, copias de mi
documentación y mucha fe) en el Tribunal Electoral que es donde están las
oficinas del Registro Civil. Hace unas semanas cambiaron las oficinas de
trámites para extranjeros, así que ya no sé si se puede resolver ahí, pero, por
suerte, eso ya no es algo que deba preocuparme.
El edificio del Tribunal Electoral y la oficinas del Registro Civil (un tanto retocado en la foto, la verdad) |
Primer problema. Todos
los papeles que llevo son estupendos, pero hay que autentificar la firma de la
cónsul que certificaba que mi madre era mi madre y que yo era su hija
legalmente, con carta jurada y todo (de la que por cierto, no hice ninguna
broma en público).
Una visita a la oficina
de Relaciones Internacionales, dos balboas y 24 horas después, ese pequeño
detalle estaba resuelto.
Segundo problema. La
documentación panameña de mi madre está muy bien, pero dado que también es
ciudadana española, además se necesita copia de su pasaporte y DNI.
Un par de mails y una
visita a una papelería con servicio de escaneado después, eso también se
soluciona rápido.
Tercer problema. Falta
la documentación de mi padre. Y aquí es donde la vena de la yugular está a
punto de explotarme a mí, porque en ningún momento se me dijo que pudiera llegar a necesitarla, porque mi padre no tiene correo electrónico para
mandarme nada y porque, por no tener, no creo que ni tenga pasaporte, porque hasta
donde yo sé lo más lejos que ha estado de España desde su primera luna de miel
ha sido París y a regañadientes y de verdad, de verdad que no me gusta llorar
en público pero haré una excepción si con eso consigo que no me hagan volver
una cuarta vez.
Deduzco que debí
resultar bastante convincente (o patética) porque la señora que me atendía
aceptó comenzar por fin los trámites no sin antes advertirme que en mi registro mi padre aparecería sin nacionalidad. Tuve que morderme tanto la
lengua para no decir hasta qué punto me la traía al fresco que creo que me hice
sangre.
Y no detallo el momento
en que me quisieron mandar a hacer una traducción autorizada de la Apostilla
porque la señorita sólo veía la negrita en inglés y no la cursiva en español,
porque quiero creer que es algo que le podría pasar a cualquiera.
Así que después de dos
semanas de reunir papeles y perder paciencia, por fin tenía un número de expediente
y un plazo. En tres semanas sería ciudadana panameña. Vivas y bravos.
Con la Semana Santa de
por medio, digamos que esas tres semanas se convirtieron en casi un mes, pero aún
así, llegó el día en que recibí la llamada mágica y volví a las oficinas del
Registro Civil.
Hubo un pequeño momento
de pánico mientras revisábamos, una vez más, todos los papeles al volver a
mencionar a mi padre, pero mi argumentación (o quizás mi cara de “voy a coger
un hacha en el momento menos pensado”) acabó con cualquier pega y un rato después
ya tenía un papel con mi número de cédula (el equivalente al DNI español) que
certificaba que ya estaba inscrita en el Registro como panameña nacida fuera de
Panamá.
Me sentí taaan identificada con este hombre |
Parece que ya se ha
acabado la historia, ¿verdad? Pues no.
Al día siguiente tenía
que volver para que me hicieran la foto, me tomaran las huellas y que mi tía
(por suerte seguían sin preguntar grado de consanguineidad) pudiera firmar un
papel diciendo que se hacía responsable de mí. Aún me pregunto si eso significa
que la detendrían a ella si a mí me diera por cometer algún delito, pero nadie
me sabe/quiere responder.
¿Lo mejor? Que aún tuve
suerte. Realmente el tener derecho a la nacionalidad y traer todo el papeleo
posible desde casa (al menos el que sabía que iba a necesitar) aceleró mucho
las cosas y pude estar legalmente documentada menos de dos meses después de
pisar tierra.
Pero fue como intentar
superar una de las Doce Pruebas de Astérix.
Quién sabe, a lo mejor si tengo que
volver a pasar por algo así, finalmente opto por no contenerme y busco el hacha
más cercana.
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