En Panamá, para ponerte
delante de un micrófono de forma habitual necesitas tener la licencia de locutor comercial. Técnicamente sólo se necesita si durante tus locuciones vas a
presentar algún producto, empresa o similar (de ahí lo de comercial), pero lo
cierto es que se le exige a todo periodista que quiera ejercer en un medio
audiovisual. La opción B es hacer el trabajo pero dejar que sea un compañero el
que locute (y cualquiera que haya investigado una noticia alguna vez en su vida
sabe que no es nada divertido ceder tu información a otro).
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La teoría dice que no cualquiera podría sentarse ahí |
Como toda ley que se
precie, tiene su trampa y hay muchas formas de pasarla por alto. Por ejemplo,
los invitados/comentaristas, aunque sean regulares, no la necesitan siempre y
cuando no aprovechen para hacer publicidad de lo que sea, incluso de sus
propias empresas. La teoría dice que eso tendría que hacerlo el periodista
debidamente acreditado que está manejando el espacio/entrevista. Lo cierto es
que la mayoría de las veces el periodista carece de la información y es
bastante más simple dejar que sea el invitado el que la dé, que lo que, al
final, hace todo el mundo.
Aún trato de averiguar
qué diferencia a un colaborador habitual de un locutor, pero nadie me ha dado
todavía una respuesta que me termine de convencer.
Otra opción (la más
usada, para qué engañarnos) es ejercer igualmente y cruzar los dedos para que
al organismo regulador pertinente no le dé por hacer una inspección. De todas
maneras, la responsable final (y quien debe pagar la multa) es la empresa y no
el trabajador, lo que siempre está bien.
Confieso que me siento
dividida con esto de la licencia de locutor. Por un lado, todos los principios
de la libertad de expresión dicen que no debería haber nada que limitara este
derecho de ninguna de las maneras.
Por otro, la idea de
que la gente tenga que pasar por ciertos trámites para poder salir en las ondas
y ser de alguna manera responsable de lo que sale por su boca me resulta
enormemente atractiva. Sobretodo viendo lo que algunos han hecho con ese
derecho a la libre expresión en España.
En cualquier caso, las
limitaciones de esta licencia son evidentes. Para empezar no afecta a la
palabra escrita por lo que prensa e internet están exentas (aunque poner vídeos
con voz o podcast en una web es diferente y sí haría falta).
Y luego está el detalle
de que leer la noticia y trabajar la noticia son dos cosas muy diferentes. En
mi caso, por ejemplo, todas las mañanas escojo las noticias, redacto y
selecciono las imágenes (con la ayuda de un editor) del bloque de internacionales del informativo
mediodía, pero no soy quien las lee. Así que, aunque la redacción, el enfoque,
las imágenes y todo lo demás es mío, de alguna extraña manera la responsable
última fuera del canal no soy yo sino la persona que sí le pone la voz. Se me
hace raro. Aunque me queda el consuelo de que de puertas para dentro, cualquier
error sigue siendo mi culpa y de nadie más.
Cómo conseguir la licencia
La forma más fácil es
estar licenciado en alguna de las ramas de comunicación social de alguna
universidad panameña, aunque hay otras maneras si esa ya no es una opción.
Lo primero a tener en
cuenta es que, en principio, sólo puedes conseguir licencia si eres panameño,
aunque no siempre es así. Es posible que la ASEP (Autoridad Nacional de
Servicios Públicos, que es quien regula estas cosas) haga excepciones en algunos
casos, normalmente a petición de una empresa. La pega es que estas excepciones
te limitan casi exclusivamente a la compañía que haya hecho la solicitud y es
muy probable que la licencia caduque en cuanto el contrato se termine.
Aún así, ha habido y
sigue habiendo extranjeros locutando en radios y televisiones sin demasiados
problemas.
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En Vía España, una de las arterias principales de la ciudad, no tiene pérdida |
Si cumples alguno de
los requisitos previos (nacionalidad y/o contrato) recomiendo encarecidamente consultar
primero con la Embajada de Panamá en Madrid para ver qué papeles te pedirán
exactamente en la ASEP, incluyendo sellos, autentificaciones y cartas juradas.
Sé que necesitas el
diploma y el expediente de estudios y que una vez aquí una universidad (a ser
posible con algún convenio con la tuya) debe darle el visto bueno. Para la
mayoría de los trámites, tanto en Madrid como en Panamá, necesitan la firma y
no suelen aceptar fotocopias, por eso insisto en la necesidad de informarse
bien antes y no tener que estar a vueltas con mensajeros después.
Yo me planté aquí con
toda mi ingenuidad sin tener ni idea de la existencia de la dichosa licencia
(hasta hace unos meses ni se me había pasado por la cabeza que algo así pudiera
existir) y durante las primeras semanas temí seriamente haber cogido el avión
sólo para hacer turismo.
En el peor de los
casos, puedes coger uno de los cursos de locución que dan las universidades.
Hay uno cada mes (más o menos) y están pensados precisamente para obtener la
licencia. Cada universidad tiene sus propios horarios, profesores y programas.
En mi opinión, vale la pena esperar una semana más o menos para coger un curso
que se adapte más a tus necesidades y expectativas que simplemente apuntarte al
primero que empiece para cubrir los trámites lo más rápido posible. Aunque eso
depende de las ganas y las prisas que tengas, claro.
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La Universidad Latina tiene fama de dar uno de los mejores cursos |
Debo advertir que no es
un proceso rápido. Una vez te apuntas al curso y obtienes el diploma (6 sábados
y 250 dólares después), necesitas esperar a que la ASEP abra el plazo para
entregar los papeles, cosa que sólo sucede unos pocos días al mes. Después de
eso, los trámites se pueden alargar hasta mes y medio más. Sumándolo todo,
pueden pasar fácilmente cuatro meses desde que empieces el proceso hasta que
tengas el carnet con tu foto en la mano.
Y aún así, por lo que
estuve investigando, es posible que esta opción sea más rápida para cualquier
que viene de fuera que intentar validar el título.
De porqué, de todas
maneras, vale la pena coger el curso y lo increíblemente divertido que puede
llegar a ser, hablaremos mañana.
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