Esta no era la entrada
prevista para hoy, pero últimamente he tenido un par de conversaciones que me
dieron mucho que pensar y, aunque no tienen nada que ver entre sí, al menos no a
primera vista, al juntarlas en mi cabeza me hizo entender las cosas con una
claridad cercana a la epifanía.
La primera de ellas la
mantuve con un antiguo soldado norteamericano que, entre otras muchas cosas,
participó en la guerra de Vietnam e incluso llegó a estar seriamente herido.
Algunas de esas heridas aún le pasan una factura.
Es un hombre
tremendamente culto con conocimientos sobre cultura europea y española que
dejaría en mal lugar a más de un profesor.
Hablando sobre la
crisis en España, acabamos derivando hacia la Guerra Civil y los primeros años
de dictadura franquista. Él aseguraba, con firme convencimiento, que en esa
primera etapa Franco hizo algo bueno porque, además de evitar que nos viéramos
inmersos en la II Guerra Mundial, salvó el país de los comunistas y anarquistas
que lo estaban destruyendo.
|
Algo que nunca tuvimos que vivir en España
|
NO voy a entrar en un
debate sobre la Guerra Civil porque no se trata de eso. Pero mientras él me
explicaba su razonamiento, yo intentaba hablarle de mi abuelo, que jamás quiso
hablar de esa época y menos con los nietos; de la familia de mi amiga, que tuvo
que exiliarse a Francia durante años; de las muchas historias que todos nos
sabemos y que hemos oído mil veces.
Intenté hacerle
entender que no se trató de una guerra de comunistas y anarquistas malos contra
patriotas buenos. Que ningún bando fue tan santo y víctima, ni tan sádico y
malvado. Cuando oyes las historias, te das cuenta de que fue una guerra de
hermano contra hermano y de padre contra hijo, de hermanas violadas y madres
muertas intentando defender a los suyos sin fijarse en el uniforme de quien les
amenazaba. Supongo que es así en todas las guerras.
Entonces, llegó la
frase demoledora: “sí, hubo muchas tragedias, pero valió la pena para salvar a
España de un destino peor”. Y mientras le
explicaba que no creía que mi abuelo, falangista de convicción, hubiera pensado en absoluto que aquella guerra valió la pena, me di cuenta de algo.
No lo veía de una
manera tan fría y analítica por la seguridad que da la distancia del tiempo y
el espacio. Ni porque sea un hombre
insensible, porque desde luego no lo es.
Simplemente se trataba
de su perspectiva de soldado. Uno entrenado para creer con fe ciega que morir
en mitad de una selva en el otro extremo del mundo, o sufrir heridas que
dejarían graves secuelas el resto de tu vida, o llevar a cabo actos que en
otras circunstancias ni te plantarías valía la pena. Porque los comunistas son
el demonio que quiere acabar con el mundo tal y como lo conocemos y desde luego
que vale la pena destruirlos a cualquier precio. Incluso al precio de una
Guerra Civil que aún es una herida abierta más de 75 años después.
|
Vietnam no era tan idílica hace unas décadas |
La otra conversación,
la que terminó de provocar mi epifanía, la tuve hace dos noches.
Aquí, en Panamá, parte
del círculo social en el que me muevo tiene un poder adquisitivo bastante más
alto al que estoy acostumbrada en casa y al haber una española en la mesa el
tema de la crisis económica tardó muy poco en salir.
El primer punto fue el
ya manido argumento de que la crisis es culpa del gobierno, pero también de la
mala cabeza de todos los españoles, que quisimos vivir por encima de nuestras
posibilidades.
Como alguien a quien le
duele gastarse más de 30 euros en unos zapatos por mucha falta que le hagan,
confieso que ese argumento en concreto me toca bastante la moral. Pero, por
supuesto, yo era una excepción. Y mi familia, claro. Y mis amigos, en vista de
lo que yo contaba. Supongo que también mis antiguas compañeras de trabajo, que
sólo con el paro no podrían pagar el alquiler de sus pisos de 50 metros
cuadrados y compartidos.
Así que bueno, vale, quizá no entre fuera nadie entre
mis conocidos, pero todo el mundo sabe que la culpa de la crisis es de todos
esos españoles que compraron pisos como locos para enriquecerse y no tenían
ingresos reales para pagarlos. Que no son todos, claro, pero sí la mayoría
porque a ellos se lo había contado personalmente gente en España que les habían
hablado de muchos casos así.
Por eso los recortes en
sanidad y educación son tan necesarios, es consecuencia de nuestras malas
decisiones (y casi, casi, un acto de penitencia y contrición para no volver a
caer en tales errores). Y sí, es una tragedia que esos recortes afecten tangravemente a la vida de la gente, pero es que las economías van por ciclos y es
lo que toca ahora.
Lo que me ocurría en
realidad, por lo visto, es que yo no lo entendía bien porque intentaba
entenderlo a un nivel demasiado grande, así que intentaron explicármelo a menor
escala, pensando en una familia. Y es que cuando una familia gasta más de lo
que tiene, en algún momento dejarán de prestarle dinero y tendrá que recortar
gastos para pagar sus deudas.
Siguiendo la analogía,
quise argumentar que si un padre, por mala gestión de sus finanzas, deja de
alimentar a sus hijos, llevarlos al colegio o pagar sus medicinas cuando están
enfermos, le quitan la custodia y va a la cárcel.
Supongo que seguí sin
entenderlo porque optaron por cambiar de tema.
Así pasamos a las obras
del metro aquí y las molestias que están causando. Cuando lo pusieron como
ejemplo de obra que sólo iba a causar pérdidas y muy pocos beneficios, me quedé
absolutamente muda.
|
Las obras del Metro deberían terminar a finales de año.
Lo divertido que fue bajar ahí abajo y ver todo el proceso es post para otro día |
Quizás deba aclarar el
motivo de mi asombro. El problema de la movilidad en la Ciudad de Panamá es
extremadamente grave. Los atascos son absolutamente descomunales a prácticamente
cualquier hora del día (recorrer 15 kilómetros en hora punta puede llevar dos
horas) y el transporte público es casi inexistente e bastante ineficaz.
La posibilidad de recorrer la ciudad de punta a punta en poco más de 20 minutos
le dará a decenas de miles de personas una calidad de vida que ahora no pueden
ni concebir.
Pero a ellos les
parecía una apuesta muy arriesgada porque no generaría ganancias y nada
garantiza que los panameños de verdad lo vayan a utilizar.
Fue entonces cuando me
paré a observar la mesa, a observarla de verdad. Estaba sentada con dos
arquitectos, un médico y un consultor que aunque se quejan del precio de la gasolina
no dudan en gastarse 400 dólares al mes para llenar el tanque de sus fabulosos
todo terreno (recordemos que en Panamá el sueldo mínimo, lo que ganan muchos,
es de unos 420), que pueden gastarse 300 dólares en regalos de cumpleaños o 600
en ropa sin sudar.
Y ahí fue cuando lo vi
claro. No son avaros, ni desprecian a los que ganan menos, ni hacen dinero
desplumando a los demás, ni son indiferentes ante las desgracias ajenas. Es su
perspectiva. La perspectiva del soldado. O, en este caso, la de gente que jamás
ha tenido que preocuparse por el dinero.
En ese momento tuve mi
epifanía. Porque esa es la clase de gente que nos gobierna. No creo que Rajoy
tuviera que ver nunca a su madre haciendo malabarismos con las pesetas para llegar
a fin de mes. Estoy casi segura de que Angela Merkel jamás se las ingenió para
compaginar dos trabajos con sus estudios porque el que le daba la experiencia
para el curriculum no le daba para vivir.
Me cuesta imaginar a la
actual directora gerente del FMI, Christine Lagarde, sirviendo copas o mesas o
cuidando niños o dando clases particulares para pagarse sus gastos durante la
carrera y así dejar de ser un lastre para sus padres. Y me atrevo a apostar,
sin miedo a perder, que Rodrigo Rato (ni ningún otro directivo bancario de
nuestro país) pasó años trabajando en un call center aguantando clientes
histéricos 40 horas a la semana (fines de semanas alternos incluidos) por poco
más de 700 euros al mes.
¿Cómo van a entenderlo?
¿Cómo van a saber lo que es pasar por delante de un escaparate, ver el libro
que llevas meses esperando (o el disco o la película o esa camisa tan mona) y
tener que alejarte pensando “quizás el mes que viene”, sabiendo que el mes que
viene tampoco podrá ser? ¿Cómo van a comprender lo que es tener que decidir
entre un buen abrigo para el invierno porque el que tienes no da para más o pagar
el segundo plazo del seguro del coche que necesitas para trabajar? No se les
puede hacer entender lo que es esperar durante horas mientras tu hijo agoniza
de dolor por una infección de oído porque sólo hay un médico en urgencias.
¿Y por qué deberían
saberlo? Nunca han tenido que
renunciar a un pequeño capricho. Jamás se han visto en la necesidad de escoger
entre dos necesidades básicas. Y si su hijo está enfermo, lo llevarán al
hospital privado donde lo atienden inmediatamente que para algo pagan la
póliza.
No vivimos en el mismo
mundo, casi literalmente. Intentar explicarles como vive la mayoría es como
intentar explicarle los colores a un ciego. Esperemos que una buena oratoria
sea suficiente.